El frío le explicó...



Ya el frío no podía calar más los huesos, pero aún así no era tanto como la soledad que se asomaba en la profundidad de sus lágrimas.

No hay más soniditos labiales que le dibujen sonrisas cada segundo –ella siempre le entendía sus gestos de muñequito de goma, de esos que causan risa al presionarlos en el vientre. Ya nadie juega con su mascota, aquél peludito cachorro que compartía con ellos mientras se pasaban de abrazos… Ahora, el can sólo se limita a permanecer echado en una esquina debajo de la cama, como sintiendo el mismo dolor, intenta sentir calor.

Ella observa las paredes amarillentas gracias a su último pintor, mira la puerta del baño algo verde por culpa de la humedad de la estación, luego vuelve su mirada a la persiana que cubre la ventana llena de gotitas diminutas resultado de su propia respiración. Mira la puerta que da hacia el patio y recuerda la vez que la cerró para que él no escapara… Lo que no sabía es que mientras más puertas ella le cerraba, más ganas y fuerzas le daban para volar, y esta vez era para siempre.

Solamente se escucha la música de unos parlantes pequeñitos pegados a la pared fría cubierta de hielo por fuera. No le queda más que tararear una que otra canción que le desprende suspiros por los recuerdos… de los años, de las navidades, de los paseos con lluvia, otros con amaneceres, otros con arena, y otros simplemente eran paseos por la ciudad. En ese momento, se detuvo para recordar con más detalle el último de ellos, aquel en que los acompañó un gatito juguetón que el le regaló por un par de días, y aquél en que, orgullosa, caminó con él por el muelle bajo la lluvia.

Así, recordando, se sintió herida por la herida que le provocó ella, por no amarlo como quería, se arrepentía desde adentro por jugar con él, por intentar guardarlo de por vida en una caja hermética sin ver el sol, por querer tenerlo siempre dentro de su bolsillo y hacer con él lo que quisiera… y peor aún, aunque él le entregó todo lo que tenía, ella siempre negó sentirse amada como deseaba. Aunque siempre lo fue.

Todavía no puede reconocer que ya habían terminado los años, y que a pesar de todo ella no se había dado cuenta que al final ya había aprendido la lección, estuvo por meses esperando sentir cosquillitas al verlo, sentir saltar el pecho al rozar su piel o sonreír tan sólo en pensar en él… Pues si, ahora siente eso y más.

Fue así, en una noche fría de soledad, que se dio cuenta que sí había aprendido a amarlo y que su temblor no era por la temperatura baja del ambiente, era su miedo a no saber más de el, a reconocer que todo había terminado y que mientras ella se frotaba las manos para calentarse, el podría estar iniciando otra historia con alguien más en algún lugar cerca de ahí.

El frío le explicó que ya lo había perdido, y le hizo ver que de verdad le amaba, pero que ya era tarde. Ante tal absurda explicación, dio unas palmaditas en la cabeza de su cachorro, apagó las luces, abrazó sus recuerdos y lloró una vez más antes de dormir.

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